La sobrecogedora sensación del pánico

La sobrecogedora sensación del pánico atasca las reacciones racionales,
descongela nuestro aparato nervioso,
y aprieta el psicomotriz.

Y empezamos a decir lo que pensamos,
a añorar cadenas que nos ataban a puentes,
grilletes y candados que nos hacían presos,

porque el precio de la libertad
a veces
es demasiado barato como para disfrutarlo. 

Y empiezas a correr, antes o después,
pero de zancada en zancada te alejas
y ves el paisaje del presente cada vez más diminuto,
más lejano,
menos tuyo.

La sobrecogedora sensación del pánico 
tiene simpatizantes,
algunos anhelan tenerla cuando tocan techo,
cuando rebuscan entre las nubes,

porque el éxito
a veces,
también tiene un precio muy barato
como para no necesitar un naufragio.

La intrépida hazaña del silencio en mitad de este mundo lleno de ruidos,
hace valorar más lo que se calla,
que lo que se escucha.

Y aún más despacio -gritamos-, y el pánico se detiene
se vuelve irracionalmente diminuto,
se difumina tras la bruma de nuestra ciudad.

Y un claro de sol,
ataca de forma distorsionada nuestras coloridas pupilas. Y llena de paz a todo lo que la sombra ha hecho guerra.

Esto solo ocurre,
cuando me paro a pensar en ti,
en tus manias
en tu forma de silenciar el tic-tac del reloj a tu antojo,
en tu alborotada melena cuando el viento acaricia tu piel,
en tus pendientes de perla,
en tu peca de la nariz,
y la otra,
y la de la espalda,
y la que une de forma desfigurada tu hombro con tu antebrazo,

esto solo ocurre con tus poros segregando cafeína por mis delicadas manos.

La sobrecogedora sensación del pánico
invita a abandonar,
a desaliñar la ensalada de nuestra sensatez,
a ser disidente del precario amor.

Ser envió y retorno de un amor
hace ser delincuente de una realidad
que solo busca hacer tributos a tu corazón,

por eso, solo quiero que vuelvas,
que seas el mismo silencio antes de besarnos,
la misma risa,
el mismo consuelo apasionado.

Te escribo,
porque las palabras escogidas para reconstruir nuestro amor,
son banderas blancas de paz
para nuestros corazones.

No quiero guerras,
ni vivir desconsolado en la trinchera,
ni tener un mundo de ruidos,
cuando
nosotros
funcionamos mejor
sin decirnos nada
en mitad de una noche estrellada
el coche en marcha
y sin movernos en un semáforo en verde.

Te escribo, un par de versos,
para reírnos del frio
y quitarnos la ropa, amor.

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