Incendio

Me ha llamado la decepción al marco externo de la puerta en la que habitábamos, ¿te acuerdas?

Sonó y sonó, y yo perdido tras los recovecos de aquella oscura habitación, escondido tras esos restos del ayer tan cercanos como lo son hoy.

Y finalmente te decides, te agarras a la encimera, esa llena hasta arriba de recuerdos, de restos de garabatos de tu cuerpo efímero, desnudo, eterno. Me derrumbe. Nada ni nadie sabía a ciencia cierta como iba a ser capaz de sobrevivir tras los incesantes golpes sobre aquella puerta blanca de madera.

Cuidado con las expectativas, se oía una y otra vez tras las finas rendijas de aquella ventana empapada por la fría lluvia de septiembre.

Finalmente, te postulas fuerte, posas dos pies en el suelo firme, das un paso, luego otro, te desestabilizas, pero salvé la caída, no podía permitirme otra más. Me acerque a la puerta, nose ni el tiempo, ni la de segundos que estuve mirando fijamente a aquella puerta, tampoco se la de lagrimas que derramé sobre aquel suelo, ni la de veces que me pregunte ¿por qué?

Me armé de valor, agarré el pomo, quite el cerrojo, abrí la puerta...
No había nadie, solo una carta, en un sobre de esos con borde rojo y azul, igualito a los que se mandan por correspondencia en avión.

Estuve a punto de romperlo, no tenia remite ni destinatario, solo había dibujado un siete. Me di la vuelta, cerré la puerta, me senté en nuestra cama, deslicé el dedo sobre la apertura del sobre, saque la carta, la abrí. Ponía:

-Mientras todo se prendía, estabas tu. Apagaste el fuego, y ahora el bosque esta a salvo, pero tu, ahora tu eres el incendio.
Ahora el que se quema,
eres tu.

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